Confesiones (Agustín de Hipona)


 


El hurto es castigado, ciertamente, por tu ley, Señor, y también por la ley que está escrita en los corazones de los hombres, ley que ni siquiera la misma iniquidad puede borrar.

– Agustín de Hipona 


De esta manera inicia el santo de Hipona en el Libro II de sus Confesiones. Marca sin duda una diferencia entre las perspectivas que podrían surgir en un mundo enraizado en el pecado.

Quizá justificando sus acciones en el pasado, pero la convicción de pecado remarca fuertemente lo que alguna vez se cometió, trayendo a la memoria las faltas que alguna vez fueron cometidas y que al parecer pueden ser banales, pero tienen un profundo impacto en el corazón, oscureciendo cada vez más, con actos tan sencillos, el latente proceder que nos mueve día con día.

A partir de este punto, el de Hipona se nos muestra profundamente arrepentido, ya que logra encontrar lo que tan fuerte impactó en su corazón en ese momento… La maldad per se.

Mostrando Agustín que incluso los actos más sencillos, como el robo de unas peras, para el simple hecho de botarlas cuál inútil desperdicio, puede reflejar tan profundamente la maldad que se ahínca tan duramente en nuestro corazón. Lo dice él mismo en el inicio del capítulo, que esta ley es inamovible, tan inamovible que ni la propia iniquidad puede desvanecer la marca que tiene desde nuestra creación.


¿En qué momento el ser humano toma estas peras y comete el mismo acto en estos días que nos acontecen?

¿Es posible que el mal se encarne tanto en nosotros que desechemos la importancia de la vida, nuestros actos y nuestras palabras?

¿Es que Pablo, cuando escribió a los creyentes en Corinto, al referirse a nosotros como cartas vivas apaga su voz en nuestro andar?

Sin duda alguna ni Pablo, ni el de Hipona y mucho menos Dios tienen la culpa de estos actos.

¿Acaso no tenemos la conciencia de ver y auto-reflexionar? Claro que no, somos seres invadidos por el pecado (marca Agustín) y en cada momento este lucha por encarnarse más y más en nosotros para distar más de lo que la Biblia pueda decirnos al respecto de nosotros.


Pero es nuestra decisión y nuestra responsabilidad del haber tomado de la mano al pecado e invitarlo a nuestra mesa a que cenara con nosotros, mientras Jesús espera en la puerta de entrada.
Él esperará, siempre lo ha hecho. Esperará a que decidamos con firme convicción escucharlo a Él, ya que es nuestro Señor es Él y no el pecado.

¿Es o no es así?


Agustín reflexionó largamente en este acto suyo en sus Confesiones y encontró que el problema del mal se extiende más profundo que los simples actos, incluso que las intenciones, llegando el mal a cegar cada opinión que podamos tener en torno a lo que hacemos, dejándonos en automático para hacer lo que el enemigo espera.


TEXTO PREVIAMENTE PUBLICADO EN UN BLOG EN EL 2022.

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